9 sept. 2006


El fuego de los dioses entregado a los mortales, otro sacrificio inútil, la vanidad es el premio reservado para tales gestos heroicos. No hablaremos de eso aquí. Nada ha servido para que los hijos de los hombres dejen de temer que el cielo caiga sobre sus cabezas. Necesitan todavía creer que pertenecen a un linaje divino porque no son capaces de aceptar la vida y el gobierno del azar, no pueden tampoco entender el tiempo como otro regalo, y lo detestan, como al hermano de la muerte.

Habrá que recorrer el camino al origen, a la ignorancia y a la sorpresa, partir desde la falta de prejuicios. Hay que tirarlo todo, porque nada sirve. Hay que estar desnudo y dispuesto.